La mudanza

, par dani

Todo empezó con « un prefiero gatos que ratas ». Habíamos iniciado la obra en agosto, en esa vieja casa que había sido pensión, y estaba cerrada desde hacía varios años. Fuimos descubriendo que fue primero una casa de una planta, probablemente en L, que luego de varias reformas le fueron agregando alas y niveles, y terminó siendo dos casas familiares, cada una en una planta, que tenían luz desde la sola fachada de la calle y de una claraboya central. Cuando la compramos, entre un piso y otro sólo quedaba un pequeño agujero, y la planta baja era lúgubre.

A parte la de la esquina, la casa está rodeada de fincas en ruinas, al igual que otras en frente. Están pobladas de gatos. En cuanto avanzamos en la demolición, los gatos fueron marcando ahí su territorio. Los trabajadores se quejaban de que los gatos orinaban en sus cosas y debían cuidar de no dejar accesible nada de comer. Pese a eso, ahí fue la primera vez que se sentenció unánimemente : « mejor gatos que ratas ».

Cuando empecé a venir a la casa fuera de horarios de obra, vi a los gatos por los tejados. Quizás solo me dé cuenta ahora que llevo algunos meses conviviendo con ellos como vecinos, pero la verdad es que rápidamente los fui identificando : el gris de pecho blanco, grandote y cabezón, que andaba con uno negrito. El otro negrito de en frente.

Ya cuando estaba por mudarme, con el negrito – la negrita en realidad – que andaba con el gato gris, hubieron algunos contactos visuales a distancia. Varias veces, mientras se estaban alejando al haber detectado mi presencia, ella iba última y de repente se daba vuelta y miraba. Al ver que yo estaba lejos o arriba, paraba un rato a mirarme. Yo procuraba expresar en gatuno lo mejor de mi empatía.

Cuando me mudé, en noviembre del año siguiente, entendí a los obreros. La casa aún carecía (y aún carece...) de varias puertas y ventanas que serían puestas durante el verano. Regularmente me encontraba con los gatos merodeando. Sea como sea, era por lo menos el susto mutuo que provocaba huidas estrepitosas. Pero también me despertaron peleándose o copulando. De mañana encontraba las huellas en la mesada de la cocina, y más de una vez tuvieron suerte con algún olvido suculento.

Emprendí la tarea de amansarlos, apuntando más a un parcial amaestramiento que a domesticarlos, empezando por lo más obvio : dejarles comida. Funcionó... – al menos en el sentido que se comían las piedritas. Pero como yo no era nada asiduo en mi tarea de domador, hicieron lo que bien se entiende de su instinto : subieron a la cocina, encontraron la bolsa de piedritas, la rasguñaron, y comieron de ahí hasta que se acabó. Con la segunda bolsa me avivé, y la puse en el único lugar de la casa que realmente cierra : el baño (aunque igual, más de una vez me olvidé de la puerta abierta, y encontré la bolsa rota y el baño lleno de piedritas...).

En realidad, aún faltan tantas puertas y ventanas que los lugares de vida de la casa estaban (están...) en su camino de circulación : suben por la escalera salen por el balcón y de ahí a las azoteas, y vice versa.

Hasta que un día a fines de diciembre, en ese mismo camino, la gatita negra iba última, una vez más. El contacto visual tuvo lugar, ella en el living aún en obras, cerca de la ventana y pronta a salir (pero se quedaba), yo en el damero de mármol de la entrada. Esta vez la mirada fue acompañada de un maullido. Yo fui al baño a buscar la piedritas, cuando volví aún estaba mirando en la misma posición.
Segundos después estaba comiendo, aparentemente con tanto hambre que ni siquiera le preocupaba acercarse a centímetros de mis manos, mientras vertía las piedritas en el pocillo. Pocos minutos después, la estaba acariciando. Quizás haya tenido una leve reacción de sorpresa, pero definitivamente sin ninguna actitud adversa.

Y enseguida lo vi : estaba muy gorda, tenía hambre porque estaba embarazada. En toda esta idea de intentar amaestrar los gatos para que tengan límites a cambio de ser alimentados, no recuerdo que haya sido una hipótesis que había considerado seriamente...

Pero ahí estaba, y a uno esa situación le saca la empatía y la ternura. Era una excelente manera de adoptar un gato. Asumimos sin mucha resistencia la idea de una camada, ya veríamos como darlos. Evidentemente la esterilizaríamos luego del parto.
Y nos fuimos encariñando mutuamente con la gata. Ella pedía caricias. Exploraba, parcimoniosa, toda la casa. Lo único que no le gustaba era que la agarre en brazos. Se tensaba estirando las patas de adelante para alejarse de mi, y si duraba más de unos segundos intentaba zafar de mis manos. Pero nunca lanzó arañazo, ni mordió, ni mostró la más mínima hostilidad.

La pieza que más le llevó tiempo integrar fue el cuarto sin duda porque, cuando está la persiana bajada, es un lugar oscuro sin salida. Pero una vez que entró se sintió a gusto. Cuando subió a la cama, suavemente la bajé. Intentó dos o tres veces, y luego sin problemas aceptó esa exclusión.

La llamamos Margaux, como el vino, no como la reina, Margot. Yo propuse, y Jorge pensó en el tango : “ya no sos mi Margarita, ahora te llaman Margot !”.
Al principio, aunque todos los días me esperaba o volvía, gran parte del día seguía su vida con sus gatos amigos (y probablemente novios). Pero su panza siguió creciendo, y estuvo cada vez más en casa. Su actitud fue cambiando, hasta que empezó a buscar nido. Alguna vez probó dormir una siesta en un cajón de feria en el comedor. Yo le propuse una caja translúcida de plástico en el cuarto, y la aceptó cuando adentro le agregué una vieja almohada.

Como aprendí en internet, cuando empezó a lamerse los genitales, se acercaba el trabajo de parto, que empezó el jueves 25 de enero en la noche. Nos fuimos a dormir, en principio yo en la cama y ella en su nido. Pero luego de unos maullidos, estaba al borde de la cama implorándome para subir. Evidentemente la dejé, e hizo todo su trabajo de parto pegada a mí.

Varias veces me desperté, y como a las cinco de la mañana, vi una colita que salía de su vagina. La puse en su nido, y a las 5:37 logra parir un gatito, grande y enteramente gris. Se movía poco. Ella lo lamió todo lo que pudo, el gatito a veces tenía espasmos y signos de vida, pero se volvía como a dormir.

En un momento fui a la cocina, ella me siguió y perdió sangre en el suelo. La llevé de nuevo al nido y ahí expulsó la placenta, y se la comió. Lo seguía lamiendo, pero el cuerpo del gatito ya no respondía. Estaba muerto.

Me quedé con ella, y más tarde fui a la feria. Cuando volví, Margaux estaba en su nido pero el cuerpo del gatito ya no estaba. Al día siguiente Laura me dijo que se lo había comido, que los gatos hacen eso. No recordaba haber oído eso, y la verdad es que sobre el momento no le creí del todo. Pero después tuve la prueba que así fue.
Margaux estaba cansada, me parecía evidente que su parto no había terminado, pero no pasaba nada. Algunos maullidos de vez en cuando, pero nada que realmente se parezca a una contracción (que de todas maneras se le veían muy poco cuando las tuvo para el primero).

Fui de nuevo a internet (quién hubiera dicho... yo buscando el trendy tema de los kitten...). Más o menos entendí que en general entre el nacimiento de dos gatitos suele transcurrir entre 10 minutos y una hora, pero que bien pueden demorar hasta cinco horas. Mediodía, ya había pasado más que ese tiempo. Llamo al veterinario, que me dice que a priori no hay problema, que la deje hacer el trabajo que puede durar hasta 24h.

Al día siguiente, sábado, Margaux seguía igual, con la misma actitud que desde que estaba pariendo, pero sin que nada suceda. Paso el día en casa y la voy a ver regularmente. Inquieto, sigo leyendo en internet. Entiendo que el principal peligro urgente es si la gata está intentando parir, con contracciones, sin que nada logre salir, Pero no era el caso de Margaux, lo suyo era seguir en una actitud de una fase previa del parto, y ver que aún estaba gorda.

En la tarde, parece empezar un momento de mayor actividad en el cuerpo de Margaux, aunque nada de muy significativo. Y de repente : la encuentro ya lamiendo un gatito, muy parecido al precedente. La llamo a Laura, se sorprende de lo grande que es el recién nacido. Este gatito sí estaba bien vivo.

Menos de una hora después llega Jorge, por el buquebus de la tarde. El gatito empieza a mamar, todo anda bien, Margaux, aunque exhausta, es una buena madre. Regocijos de familia. Al gatito le ponemos Euclides y, al que evidentemente es su padre, aunque sólo lo nombremos de lejos, le pusimos Hippolyte.

Pero nos inquieta verla aún gorda, pareciendo tener fetos dentro. Decidimos dejar pasar el domingo, y sea lo que sea ir el lunes a la veterinaria.

La mañana siguiente vamos a la feria de Tristan Narvaja a buscar cosas lindas y útiles para la casa. En las compras, no faltaron algunos sobrecitos de paté para Margaux. Volviendo, encontramos bien a Margaux y a Euclides, pero junto a ellos hay una cabecita de un tercer gatito, muy parecido. Y... nada. Uno va aprendiendo a tratar con la naturaleza.

Margaux había sin duda tenido muchas carencias en su vida, y en particular en toda la primer mitad de su gestación. Sólo en los partos humanos o asistidos por humanos sobrevive la totalidad de la progenitura. En el medio ambiente, Darwin nos enseña que buena parte sucumbe a la ley de la selección natural. Aquí estuvimos a mitad de camino entre uno y otro. Y al final, este equilibrio había hecho mejor que un planning familiar : nos quedaríamos con Margaux y Euclides, para que se tengan compañía.

A sugerencia de la veterinaria, el martes le hicimos una ecografía a Margaux, para asegurarnos que ya no le quedaban ni fetos ni placentas, y así fue. La ecografista le miró muy rápidamente los dientes, y nos dijo que era una gata joven. Esto nos confortó en la sensación que siempre nos había dado ; pensábamos que era una cachorra primeriza (yo lo pensaba por su tamaño, pero creo que con ese criterio me equivoco).

No obstante, nuestro buen sentido común y ese primer diagnóstico resultaron ser equivocado. Cuando, una semana después, llevamos a Margaux al veterinario porque le habíamos encontrado sangre en la boca, como de una herida, Lucía, la veterinaria, le miró detalladamente la dentición. Le encontró la llaga que había sangrado, pero también vio que le falta uno de los colmillos superiores, tiene varios dientes gastados, y sarro. Estimó que tiene al menos seis años.

Pero eso aún no lo sabíamos. Los días siguiente transcurrieron como se debe, Euclides tenía seis tetas para él solo, que manipulaba con gran destreza, para luego dormir apaciblemente.

Hippolyte rondaba un poco a lo lejos. Un día desde el ventanal, se miraron con Margaux. Ella tenía total latitud de ir a verlo – y no se lo impediríamos – pero se quedó. A veces le dejamos piedritas, pero esencialmente robaba alguna de Margaux en su circuito habitual ya descrito.

El jueves de tarde vino Fulvio (que tiene un gato que se llama Boris), le muestro a Margaux y Euclides, y salimos una hora. Al volver, Euclides había desaparecido. Margaux inquieta, como demandante que vayamos con ella a buscarlo. No aparece por ningún lado. Todo el día, y toda la noche, Margaux hace idas y vueltas, sale para todos lados. El viernes de tarde, voy con ella a recorrer la planta baja. La oigo ir a la ruina del lado y llamar a Euclides con maullidos desgarradores.

¿Qué le había pasado ? ¿Lo había matado un macho ? Al que veíamos rondar era notoriamente su padre, y el comportamiento de matar a su propia progenitura es una característica que no sobrevive a la evolución darwiniana. ¿Se lo había llevado el macho a otro lado ?

¿Se lo había llevado la misma Margaux a otro lado ? Ahora que lo pienso, puede haber detectado el olor del gato de Fulvio. Muchos dicen que eso sí es algo común, que las gatas muevan de lugar sus cachorros y los esconden. Pero a mí esa explicación no me cuadraba con la actitud que tuvo Margaux en esos días (o, si no, es que la gata es muy esquizofrénica).

Mi primer reacción fue pensar : “no quiero una gata vieja, castrada, deprimida, que solo tuvo nuestro afecto y dramas. La dejamos que tenga otra maternidad, esta vez cuidada y medicalizada si se necesita”. Jorge me decía que sería cruel hacer eso, con el parto difícil que tuvo.

Hasta que surgió la idea de gatitos de adopción, y leí en internet que se hace corrientemente. La veterinaria me confirmó que sí, que en general funciona. Y que además es recomendable hacerlo porque si no puede hacer una mastitis por el exceso de leche. Ella y Jorge me ayudaron a publicar en las redes panópticas (en la que no estoy) una foto y anuncio proponiendo “gata madre sustitutiva”.

Funcionó, yo tenía una agenda apretada esa noche y el día siguiente, pero volviendo de Maldonado, pasaba a buscar tres gatitos que había encontrado Cristina, en la demolición de Azabache, en el parque Batlle. Por suerte ese día tenía un auto.
Desde que los vi estaban llorando, y no pararon un instante. En el auto, me provocaba una sensación de urgencia. Yo que soy de manejar sereno en ciudad, debía aguantarme de no acelerar.

Llegando, los puse en el nido. No habiéndome visto desde hacía más de 24h, Margaux acudió enseguida. Empezó por mirar y oler de afuera, y luego buscar alrededor. Sorprendida, puede ser que buscara la madre de los gatitos.
Quizás fue demasiado impaciente de mi parte ponerla en el nido, pero tenía ansiedad de saber si la adopción funcionaría. Al hacerlo, a Margaux se le erizo la cola como en dibujito animado. Tal cual. Me asusté un poco y un instante temí que los agreda, pero ella ya los estaba lamiendo.

Estaban sucios y pegajosos, así que ella se puso a lamerlos, exactamente como hizo con los suyos al nacer, largo rato y sin importarle que lloren o si encontraban la teta. Los tres gatitos, sorprendidos, gritaban aún más fuerte. Pero poco a poco encontraron teta, y todo fue paz y plenitud.

No obstante, cuando yo salía del cuarto Margaux me seguía, y afuera maullaba insistentemente de manera extraña. “Estará procesando algo tan fuerte”, pensamos.
Luego, ese comportamiento fue disminuyendo. Al día siguiente, domingo, ya estábamos de lleno en otra maternidad. Pasa Anacleto (los íntimos le decimos Ana ;), va a fumar al patio del fondo, contemplando la ruina y de repente me avisa que oye maullidos. Tuvimos que mover varias tabla paradas contra el muro, pero detrás ¡apareció Euclies ! Y en perfecto estado, 72h después de haber desaparecido...

Lo subo al nido, se lo pongo a Margaux, y ella lo recibe sin alterarse lo más mínimo, simplemente lo lame.

Y, hasta ahora, aquí se terminó la saga, tenemos una gata y cuatro gatitos que van creciendo felices.

¿Qué pasó ? Definitivamente, Margaux tuvo contacto con Euclides durante ese tiempo, porque si no, no hubiera sobrevivido. Esto a mí tampoco me cuadra con la actitud de Margaux, pero debo aceptarlo por la fuerza de los hechos. (Y entonces también quizás me equivoco en toda mi interpretación de la actitud de la gata...)
Pero hay una posibilidad que resuelve mi perplejidad : que Margaux haya encontrado a Euclides el viernes, cuando yo ya me había ido. En ese caso, lo habría atendido abajo esas 24h. Cuando llegué el sábado ella quizás subió a buscarme para que vaya a ver a Euclides. Y entonces es que yo le impuse otra maternidad de tres gatitos ajenos. Si es el caso, qué sometimiento el suyo...

Ese mismo día fue que le vimos sangre en la boca. Con la complejidad de todo el enigma, ya no sabíamos qué pensar. La veterinaria opinó que para eso sí, merecía consultar.

Primer salida de Margaux. La pongo dentro de la mochila, maúlla un poco pero no opone gran resistencia. La llevo, como está calmada le dejo sacar la cabeza, lo que primero la serena pero luego le lleva a querer escaparse. Caminamos problema en ese tanteo. La consulta se desarrolla sin mayores dramas. Era simplemente que de tanto lamer gatitos, y con sus problemas de dentaduras, se había hecho una herida en la boca.

Pero creo que …