El éxodo a la ruina
Pero creo que … Y en escribir esto estaba, ya hace más de un mes, ese día en que Euclides aún no tenía dos semanas, y en que él y sus tres hermanitxs de crianza estaban apenas abriendo los ojos, ya imaginando un happy end y y aprontándome a concluir este relato proponiendo algunos de ellos en adopción, por supuesto una vez que se desteten naturalmente.
Pero Margaux decidió agregarle más episodios a la novela.
Hago una pausa en mi escritura y voy a ver a los gatitos. Margaux no estaba y, otra vez, faltaba Euclides. Ya no había teoría de macho asesino que valga, había dejado poco antes a Margaux con sus gatitos y estaba cerca, si un gato los hubiera agredido hubiera avisado.
Claramente, era ella que se estaba llevando los gatitos. Bajé, a esa planta baja aún sólo ocupada con material de obra y algunos muebles apilados. Me crucé con la gata, busqué a Euclides. En un momento vuelvo a subir, y faltaba un gatito más. Abajo nuevamente, con los maullidos que denunciaban la operación, encontré fácilmente el escondite, atrás de un montón de postes de eucaliptus de unos cinco metros de altura, que ocupaban varios metros cuadrados en una esquina de una pieza, que habían sido utilizados para apuntalar, durante la demolición, todos los techos que se conservaban.
A esta altura ya me quedaba claro que yo no debía intervenir aunque no creo que hubiera llegado a alcanzarlos, en primer lugar por el peligro.
No me quedaba otra : dejé actuar su instinto. Bajó a un tercer gatito. En su lugar nuevo, los gatitos lloraban y se desplazaban cahóticamente, arrastrándose. Ella intentaba reunirlos y amamantarlos. Pero ya no los traía, sino que sólo se acercaba sucesivamente a cada uno de ellos, los rozaba y los llamaba. El proceso fue largo y tedioso.
Sin poder contra mi propio instinto, quiero ayudarla y le traigo el cuarto gatito (el que aún no tenía nombre, si bien recuerdo). Éste no parece ubicarse ni reconocer a su madre. Un momento después, viendo aumentar el caos de los maullidos, me arrepiento de mi gesto : no quiero dejar que el gatito se interne solo en cualquier dirección entre los puntales, así que lo vuelvo a subir.
Esa noche, Margaux dejó arriba al gatito sin nombre, en su cuna, y se ocupó de los tres otros abajo. Me pregunté si fue por mi intervención, porque no le dio la capacidad, o si lo abandonaba por ser el más débil. No tuve la sabiduría e recordar que ya había dejado a su único hijo biológico toda una noche a la intemperie por atender majestuosamente a los tres hijos adoptivos que yo le impuse...
Y, una vez más, no fue como yo lo temí : a la primera luz de la mañana siguiente Margaux subió, y primero comió todo lo que pudo. Esta vez, yo decidí no intervenir. Además, dada la hora y la serenidad que me dio verla, yo oscilaba entre el sueño y la vigilia, al compas de los maullidos y el crocar de El gatito, que había dormido solo toda la noche apaciblemente, cuando detectó su presencia se puso como desesperado a maullar y procurar alcanzar a su madre. Me impresionó como pudo subir a los almohadones y colgarse al borde de la caja, que era varias veces más alta que él. Margaux tomó el tiempo no sólo de comer sino también de venir saludar con un maullido y pedir un mimo, y luego se llevó este último gaito.
Cuando me levanté y bajé, los gatos ya no estaban en el escondite de la noche anterior, en la pieza que llamamos “el teatro”, entre esos altos puntales. Se los había llevado más lejos, probablemente fuera de la casa, en la ruina del predio contiguo con el que comunica nuestro patio. Me pareció que lo mejor que tenía para hacer era no procurar buscarlos, porque evidentemente en cuanto los encontrara, Margaux tendría el instinto de protegerlos a toda costa.
Definitivamente, había tenido una interpretación muy humana y probablemente muy equivocada de todos los mensajes, instintivos o en algo voluntarios, que había transmitido la gata (Sí, prometido : no la vuelvo a tratar de esquizofrénica...).
Ahora, convencido por los hechos que era el instinto de la gata lo que la llevaba a esconderlos, estaba todo más claro, y finalmente se proyectaba un futuro bastante sereno...
Pero todo ese día, Margaux no apareció, y me fui a dormir con una pizca de angustia de no volver a verla, o que vuelva cada vez menos, cada vez más solamente para comer...
A la mañana siguiente, con las primeras luces una vez más, Margaux me despertó con unos maullidos extraños. Ella estaba en la puerta, acuclillada y mirando hacia mí, e Hippolyte detrás, comiendo.
En cuanto mostré signos de haber salido del sueño, Hippolyte se fue. Margaux vino a hacer unos mimos.
Fue grato verla… pero estaba con Hippolyte (que yo había tomado por « macho asesino »...) y luego se volvió a ir con él... Imposible impedir que el temor a lo desconocido o a la ausencia, e incluso la herida del amor propio y hasta los celos, emergen en estos casos de nuestra construcción sensorial.
Pero el happy end – o al menos un carpe diem sin sobresaltos – parece estar llegando. En loa días y las semanas siguientes, se estableció una rutina. Margaux pasa varias veces por día – a veces más, a veces menos – a comer, desalterarse, hacer mimos, explorar un poquito, descansar como le gusta en momentos de calor sobre el damero de mármol,.... Yo anuncio mis llegada y salidas con un campanazo y llamándola. Cuando llego, ella suele acudir sin tardar demasiado, pero siempre como si nada.
A Margaux le gusta no comer solo sus piedritas, pero siempre combinando y con moderación. Descubrimos los filetes de merluza (pero no las cabezas y espina de corvina, cruda o cocida), los patés preparados, y últimamente le encanta el pollo.
El día después de Carnaval, empecé a darle las pastillas anti-conceptivas. En un pedacito de paté – que en ese momento era su predilección – se la comió sin problema. Y así durante cuatro días. La agenda se combinó bien con nuestra semana de vacaciones en el cabo. La píldora siguiente era una semana después, al volver.
Ya vemos mucho menos a Hippolyte (excepto de noche robando piedritas).
Durante nuestras vacaciones, Efuka le dio de comer y su dosis de mimos. Cuando volvimos del cabo, aún no habíamos vuelto a ver a los gatitos, ni tampoco a oírlos. Toda esa maternidad que tanto nos había invadido en el momento del parto ahora era tras bambalinas. Parecía dar buenos indicadores a través de Margaux, pero de la realidad concreta no sabíamos nada.
Entonces intenté. Nuestro terreno y el de la ruina forman una L entre dos calles ortogonales, rodeando la finca de la esquina. La parte derrumbada de la ruina es lindera a nuestro terreno (del cual agranda el patio) y la que aún tiene tres habitaciones – dos con los techos derrumbados – está hacia la otra calle, con las tres piezas alineadas contra la medianera con la finca de la esquina. Desde nuestra terraza, se accede más o menos a nivel a esas azoteas derrumbadas.
Pruebo, y constato que no hay peligro de caminar sobre lo que queda de techo, mientras sea contra la medianera. Paso sobre la pieza que aún tiene techo, miro rápidamente la pieza siguiente con techo derrumbado mientras sigo mi cauteloso caminar por el borde, y en cuanto miro hacia dentro de la tercer pieza, ahí los veo : están los cuatro gatitos, jugando en un área de derrumbes, vegetación y objetos varios, recorriendo en ese entonces una superficie de no más de tres metros cuadrados. A cada paso una sorpresa, un susto, una caída, una razón de juego... Pensándola como “gata de las ruinas y los tejados”, Margaux eligió el terreno de juego ideal para criar a sus cachorros en esta fase crucial de su formación cognitiva y de aprendizaje.
Estamos aliviados. Aún no los tocamos pero ya podemos ver imágenes en movimiento de los gatitos. Conversamos del nombre del cuarto gato, del que no pudimos presumir el sexo. ¿Un nombre que sea neutro en género ? ¿Dominik ? ¿Claude ? En un momento habíamos hablado de Ernesto — por el Che, evidentemente — Va para Ernesto, si llega a ser hembra será Ernestina (como “la tía Ernestina”).
El “avistamiento de gatos” desde los tejados se transforma en una actividad múltiples veces cotidiana (sobre todo que estamos de licencia).
Observando a Margaux, me parece entender “su táctica”. Hay un punto de referencia : la esquina al fondo contra la medianera y la primer ventana a la calle (incendiada y tapeada). Ahí tienen una suerte de almohadón, y es donde se amamantan y duermen. La vida se organiza en ciclo de despertar – juego – alimentarse – dormir, pero las transiciones de una situación a otra son sutiles. Cuando están en vigilia Margaux suele alejarse del nido y hecharse en alguno de los otros punto cómodos de la pieza, desde donde puede ver a los cachorros (aunque no los mire).
Ellos tienen como un nivel diferente de actividad y destrezas a medida que se alejan concéntricamente del nido. Cerca de éste son capaces de acelerar, saltar y moverse con fluidez de un punto a otro. A medida que se alejan entran en juego dos fenómenos : tienen menos conocimiento del terreno, y a cada paso descubren algo nuevo. Hay lugares donde se pone Margaux a los que ellos no llegan. Intentan ir a ella, pero el camino se transforma en una nueva aventura de descubrimientos, y la curiosidad les hace explorar cada uno de ellos. Día tras día, terminan por llegar al lugar donde está, y así van ampliando su terreno de acción.
Los gatos juegan constantemente entre sí. Se muerden la cola, se dan arañazos, ruedan en peleas cuerpo a cuerpo (pero que definitivamente son juegos, porque todos los buscan).
Progresivamente se van cansando, y van ya sea acercándose a la madre, para pedir teta, ya volviendo al nido, para descansar. Margaux organiza la amamantada para que se desarrolle cuando ya todos terminaron el juego, y eligiendo el lugar.
Terminan dormidos unos sobre otros, y todos descansan. Supongo que es ahí que a veces Margaux se levanta y sube a comer y a pedir mimos.
Bueno, por aquí acaba este relato...